Marco Livio Druso

𝒜𝒸ℴ𝓂𝓅𝒶ñ𝒶 𝒶 ℳ𝒶𝓇𝒸ℴ, 𝓊𝓃 𝓃𝒾ñℴ 𝒹ℯ 10 𝒶ñℴ𝓈 𝒸ℴ𝓃 𝓊𝓃𝒶 𝓂ℯ𝓃𝓉ℯ á𝓋𝒾𝒹𝒶 𝓅ℴ𝓇 𝓁𝒶 𝒽𝒾𝓈𝓉ℴ𝓇𝒾𝒶 𝒹ℯ ℛℴ𝓂𝒶.

Marco se dirigía a la escuela con paso ligero. La mañana era fresca y el sol naciente bañaba las calles empedradas de la ciudad.

Estaba preocupado. Este año, su padre, Marco Livio Druso, ocupaba el cargo de tribuno de la plebe, y se enfrentaba directamente a Cayo Graco, otro tribuno con ideas reformistas. Las constantes disputas entre ambos hombres llenaban la casa de un ambiente tenso.

Marco, era consciente de la importancia del cargo de su padre y de la magnitud del conflicto que se desarrollaba en el Foro. Sentía una mezcla de emoción y confusión al escuchar las acaloradas discusiones.

Además de la tensión política, Marco también sufría por la ausencia de su madre y de su hermano pequeño, que se habían marchado tras el divorcio y nunca los veía. La rigidez y severidad de su padre, junto con la presión constante por el estudio, le hacían sentir desamparado.

Marco era un niño sensible, con un gran corazón y una profunda capacidad para sentir la belleza del mundo que lo rodeaba. Amaba la historia y disfrutaba de largas horas en la biblioteca familiar leyendo sobre las gestas de sus ancestros.

A pesar de la rigidez de su padre, Marco no perdía la esperanza de que algún día lo comprendiera y aceptara por lo que era: un niño inteligente, sensible y potencial.

La vida de Marco era una constante lucha entre dos mundos: el mundo de la historia y la belleza, que lo llenaba de alegría y lo inspiraba, y el mundo de la política y la responsabilidad, que le imponía su padre y que, a pesar de las dificultades, también lo llenaba de orgullo.

En el fondo, Marco sabía que ambos mundos eran parte de él y que, de alguna manera, encontraría la forma de armonizarlos y convertirlos en la base de su propia historia.


Marco no era un niño cualquiera, sentía una fascinación especial por la historia de su ciudad, por las gestas heroicas de sus ancestros y por las leyendas que susurraban las paredes del Foro.

Su destino era la casa del pedagogo, un hombre sabio que instruía a los niños en las artes liberales y en la historia de Roma. Marco ansiaba las clases, pues allí se sumergía en un mundo de reyes, batallas y valores que encendían su imaginación.

Ese día, el pedagogo comenzó hablando de Rómulo y Remo, los legendarios fundadores de Roma. Marco se imaginó a los dos hermanos amamantados por la loba Luperca, jugando bajo la higuera y finalmente alzando las murallas de la ciudad . Sus ojos brillaban de emoción mientras escuchaba la historia de la fundación del Capitolio y del rapto de las Sabinas.

El pedagogo continuó narrando las hazañas de Eneas, el troyano que llegó a Italia tras la guerra de Troya y se convirtió en el ancestro de los romanos. Marco se sintió transportado al mar embravecido, luchando junto a Eneas contra las tempestades y los enemigos. Su corazón se llenó de orgullo al escuchar cómo Eneas fundaba Lavinium, la ciudad que precedería a la gran Roma.

Luego, el pedagogo habló de Numa Pompilio, el segundo rey de Roma, un hombre sabio y piadoso que le dio a la ciudad sus primeras leyes y religiones. Marco se maravilló con las historias de Numa y la ninfa Egeria.

Las siguientes historias fueron las de Cloelia, la joven romana que desafió al rey Porsena y cruzó el río Tíber a caballo para liberar a los rehenes romanos; de Mucio Scevola, quien metió su mano en el fuego para demostrar su valentía ante el enemigo; y de Publicola, el primer cónsul de Roma, que renunció a su poder para demostrar su compromiso con la República.

Con paso firme y mirada radiante, Marco abandonó la casa del pedagogo. En su mente ya bullían nuevas preguntas. Sabía que la historia de Roma era un tesoro inagotable que le acompañaría durante toda su vida.